Cuando San Agustin escribe esto, la música empezaba penetra en la iglesia, porque en principio ésta recordaba mucho la depravación de Roma
Más fuertemente me habían
aprisionado y sujetado los deleites tocantes al oído, pero Vos, Señor, me
desatasteis otra vez y disteis libertad. Pero al presente, cuando oigo en
vuestra iglesia aquellos tonos y cánticos animados de vuestras palabras,
confieso que, si se cantan con suavidad, destreza y melodía, algún poco me
aficionan; no tanto que me sujeten y detengan, sino de modo que los pueda dejar
fácilmente cuando quiera. No obstante, aquellos tonos acompañados de las
sentencias que les sirven de alma y les dan vida, para haber de ser admitidos
dentro de mi corazón solicitan en él algún lugar honroso y distinguido, y
apenas yo les doy el que les corresponde. Porque algunas veces me parece que
doy más honra a aquellos tonos y voces de la que debía, por cuanto juzgo que
aquellas palabras de la Sagrada Escritura más religiosa y fervorosamente excitan
nuestras almas a piedad y devoción cantándose con aquella destreza y suavidad,
que si se cantaran de otro modo, y que todos los afectos de nuestra alma tienen
respectivamente sus correspondencias con el tono de la voz y canto, con cuya
oculta especie de familiaridad se excitan y despiertan. Pero me engaña muchas
veces el deleite de los sentidos, al cual no debiera entregarse el alma de modo
que se debilite y enflaquezca, cuando el sentido no acompaña a la razón, de
modo que se contenta con irla siguiendo, sino que habiendo sido admitido por
amor y causa de ella, ya quiere adelantarse a la razón y procura ser su guía.
Así peco en estas cosas sin conocerlo, pero después lo conozco.
También algunas veces
cautelándome demasiadamente de este engaño doy en el extremo contrario, errando
en esto por exceso de severidad; algunas veces llega a ser tan grande este
exceso de mi severidad, que quisiera apartar de mis oídos, y aun de toda la
iglesia, todo género de melodía y suavidad de tonos con que todos los días cantan
los salmos de David, pareciéndome entonces más seguro lo que me acuerdo haber
oído contar de Atanasio, obispo de Alejandría, que tenía mandado al cantor de
los Salmos que los cantase con tan baja y poca voz, que más pareciese rezarlos
que cantarlos.
No obstante, cuando me
acuerdo de aquellas lágrimas que derramé oyendo los cánticos de vuestra
Iglesia, muy a los principios de haber recuperado mi fe, y contemplando que
ahora mismo siento moverme, no con los tonos y la canturía, sino con las
palabras y cosas que se cantan, cuando esto se ejecuta con una voz clara, y con
el tono que les sea más propio y conveniente, vuelvo a reconocer que esta
práctica y costumbre de la Iglesia es muy provechosa y de grande utilidad. Así
estoy vacilando entre el daño que del deleite de oír cantar puede seguirse y la
utilidad que por la experiencia sé que puede sacarse; y más me inclino (sin dar
en esto sentencia irrevocable ni definitiva) a aprobar la costumbre de cantar,
introducida en la Iglesia, -230- para que por medio del aquel gusto y placer que reciben los
oídos, el ánimo más débil y flaco se excite y aficione a la piedad. Esto no
quita que yo conozca y confiese que peco y que merezca castigo, cuando me
sucede que el tono y canto me mueve más que las cosas que se cantan, y entonces
más quisiera no oír cantar. Ve aquí el estado en que me hallo al presente en
cuanto a esto.
pues compartimos el gusto por la historia, y la curiosidad por sus protagonistas (aunque reconozco que San Agustín no es santo de mi devoción)
ResponderEliminarsaludos,
cuando escribo esto es al margen de lo que nos sugiera el personaje. Me gustan sus dudas sobre la música, y casi todo lo que escribe como las confesiones o la Ciudad de Dios, y por eso escribo algunas cosas que me llaman la atención. Gracias
ResponderEliminarBueno veo que tienes un aseguidora más y que ademas es amiga mia.
ResponderEliminarVes a verla entra en su blog y hazte seguidora , te gustará lo que escribe.