La
imagen del demonio es siempre la de un personaje negro, de ojos enrojecidos y
uñas muy afiladas, sentado, casi siempre, en el brocal de un pozo lleno de
fuego y de llamas. Un diablo que preside el reino de las Tinieblas y que, a
veces, recibe a sus invitados con bebidas que confecciona con azufre. Después,
casi siempre levanta la tapadera del pozo y arroja el alma a los abismos más
profundos de los que sólo se sale momentáneamente a golpe de trompeta que el
propio demonio toca en la boca del pozo. Entonces, el pozo vomita llamas y de
entre ellas sale el alma que el diablo convoca por algún motivo especial. El
demonio es definido como el padre de la mentira y constantemente acosa a los
que quiere perder para hacerlos partícipes de su ámbito infernal. Sólo en algunas
apariciones se presenta con aspecto tenebroso, lo que no ocurre cuando quiere
arrastrar al pecado a las personas, especialmente a los monjes o personas
dedicadas a la vida religiosa. También es verdad que en ocasiones el condenado
toma la forma del diablo y se presenta montado en un caballo, de cuyos ollares
salen llamas y humo. El que sufre esta aparición se defiende haciendo la señal
de la cruz, que es la mejor forma de librarse del diablo.
Otro abrazo que se hace real
Hace 3 días
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