Llegados al Monasterio,
descabalgaron de sus caballos y vestidos con
todos los atributos de su autoridad, penetraron en él. No encontraron
unas religiosas asustadas, no. En el claustro, las religiosas habían colocado
los mejores asientos para sus visitantes y jueces: el obispo en el centro, los dos abades uno a cada lado.
Las monjas estaban allí todas frente a estas autoridades. A la izquierda,
quizá, las monjas rebeldes y culpables con la mirada alta y desafiante, a la
derecha las monjas obedientes con aire
sumiso y los ojos bajos, entre ellas la priora María Martínez, la gran baza del
obispo don Suero. La priora nombrada por él para poner fin a los escándalos que
se estaban produciendo en el convento.
El proceso se iniciaba y a
decir verdad Don Suero tenía temor de las preguntas que pensaba formular, pero
si quería llegar al fondo de la cuestión había que hacerlas .
Se dirigió a doña María, la
subpriora.
- Hermana :¿es cierto
que algunas de las religiosas de este convento desobedeciendo las normas del
mismo, permanecen fuera de él ?
- Sí, algunas lo hacen e
incluso han llegado de noche, como Sor Estefanía, con cartas que le han dado
los dominicos.
Don Suero se dirige con
calma y frialdad a Sor Estefanía, la cual al oír su nombre se ha levantado.
Allí está, erguida frente al obispo sin bajar la vista, ¡que mujer tan
soberbia ! No nos teme, ha pensado el obispo.
Sólo es el aperitivo, ni siquiera sabemos nada del nudo y habrá que esperar al desenlace.
ResponderEliminarUn beso
Así es paciencia. Un beso.
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