jueves, 30 de mayo de 2013

La ficciòn

La ficción. Estamos en la víspera del combate, y los caballeros están reunidos en la capilla velando sus armas con sumo respeto y devoción; las armas brillan porque no han sido usadas y están rutilantes y nuevas. No están solos, porque cada uno de los que van a combatir lleva sus gentes consigo, los fieles, que les prepararán sus arneses y caballos para esta ocasión. Éstos estarán bellamente preparados con gualdrapas ligeras de colores brillantes; los escudos perfectos. Han pasado la noche con cierta tranquilidad y en la mañana, antes de ir al combate, se preparan con una misa y tras la cual se han armado y han salido hacia el lugar preparado para ese fin. Ya están ante los graderíos que se han levantado entorno a la liza. Las gentes importantes, hombres y mujeres los llenan. Los combatientes se muestran majestuosos. Cota de mallas, escudo, lanza, que en principio no llevan en la mano sino en la funda que pende del arzón. La cortesía determina que se lleve a cabo un saludo al rey  y luego se dirijan a su lugar con sus lanzas y sus caballos; la tensión se respira en el ambiente y se guarda silencio para escuchar al heraldo que anunciará que el combate va a empezar. Tan pronto como se oye la señal los caballeros, que ya llevan sus lanzas en la mano con la punta hacia abajo, se han santiguado, saben que tienen que dejar correr al caballo. Han salido con rapidez y el choque ha sido formidable, uno de ellos ha perdido la lanza. Es entonces cuando el caballero desarmado se llena de fuerza y arrecia en el combate más que con ímpetu, con furia. Esa furia que proporciona el miedo a ser vencido. Todo no está perdido, lo importante es no perder la espada ni tampoco el estribo, y eso lo tiene aún consigo. Se defenderá como puede y para ello le  servirá todo; con rapidez mientras piensa en lo que no debe perder, él mismo se dice: mi estribo servirá para desestabilizar a mi contrincante y sin demora, toma el estribo que cuelga del arzón, que empleado certeramente puede dar lugar a que se quiebre una de las defensas de hierro con la que va armado el contrincante. Lo lanza con fuerza y logra romper la visera dejándole la cara al descubierto ¡qué triunfo! Ahora podrá herirle fácilmente, aunque el adversario no permanece sin defenderse; se le ha dejado la cara al descubierto pero le queda su cuerpo, su violencia y la espada. Ha llegado el momento del cuerpo a cuerpo. Con la espada, esa espada que busca el hueco para encontrar una parte blanda para herir al enemigo, porque la lanza ya no sirve. En este combate cada uno de ellos sabe la parte del cuerpo que se busca, lo saben y se defienden con gran rapidez esquivando los golpes una y otra vez, del pecho, los hombros: ¡Cómo se buscan el cuello! Porque, si se lograra llegar a esa parte se romperían las venas, acabando de inmediato con esa lucha tan dura. Todo esto se produce en el cuerpo a cuerpo, y cuando el enfrentamiento se ha agotado, cuando a pesar de las heridas que se aprecian ninguno es el vencedor, entonces hay que hacer que uno de los caballeros caiga del caballo. En este caso lo mejor, lo más importante es herir al animal lo que permitirá, caer sobre el cuerpo del vencido y arrancarle el yelmo de la cabeza, con destreza inmovilizarlo, aunque quizá un previo golpe con el guantelete en la sien haya dejado al caballero vencido tan aturdido que no sepa en manos de quién está ni realmente lo qué ha pasado. [1] El campo esta completamente cubierto de armas :por ambas partes se estremecen las filas, en las lizas se eleva el griterío; es muy grande el ruido de las lanzas que rompen agujerean los escudos, falsan y desclavan las lorigas, vacían las sillas y hacen caer a los caballeros; los caballos sudan y espumajean. Allí todos desenvainan las espadas sobre los que caen gran ruido; unos corren para tomarles fe y otros para conquistar el campo de batalla



[1] En esta recreación de un torneo he empleado la descripción que Jean d´Arras Melusina o la noble historia de Lusignan Traducción y Prólogo de C. Alvar. Madrid, 1987. He recurrido a él porque creo que nadie mejor que un contemporáneo de la Edad Media nos puede dar una descripción tan veraz de lo que eran estos combates y estas actuaciones. Por otra parte considero que forma parte de la historia conocer lo que las fuentes literarias nos aportan en hechos tan concretos como la escena que he relatado.

3 comentarios:

  1. La contradicción entre la fe y la actitud guerrera es manifiesta: primero va a misa, donde Jesús se hace pan y se parte por cada uno de los hombres, y luego, en el momento de tomar lanza en ristre, se santigua. ¿Habrá cosa más alejada de "amaos como yo os he amado"?

    Besos

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  2. En la Misa piden protección, santifican sus armas, esto cuando van a las cruzadas, y si es muy difícil poder explicar esto. Porque yo parto de una realidad muy terrible el amaos los unos a los otros,no es posible desde el momento en que siempre unos quieren algo más de lo que tiene y porque en realidad nadie cumple, ni cumplió con las verdades de la fe.

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    1. Sobre las cruzadas, corramos un tupido velo. La Iglesia está gobernadas por hombres, como los gobiernos y los ejércitos, por tanto tampoco existe la perfección en ella.

      Hay casos excepcionales de verdadero amor al otro que debieran servir de ejemplo, pero somos como somos y por eso nos va como nos va. La verdad es "amaos como yo os he amado", como también el agua pura es H2O (siento lo del subíndice)y así no la encontramos en la naturaleza; pero deberíamos aspirar a lo perfecto y en todo caso no aceptar como válido lo que no lo es. Yo soy el primer imperfecto, por descontado, pero sé lo que está bien y lo que está mal.

      Un saludo afectuoso.

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