La vida cotidiana
Todos los espacios analizados
reflejan sin lugar a dudas una atmósfera de religiosidad propia de la vida
monacal que se basa en dos principios básicos que el propio San Benito definió
en su Regla como el Ora y el Labora.
Sometidos a la obediencia, que entraña al mismo tiempo una buena dosis de humildad.
Desposeído de bienes materiales individuales, la única posesión personal son
sus hábitos. Como mucho dos túnicas y dos cogullas. Duermen vestidos,. Nada más
descriptivo que la carta de San Bernardo a su sobrino que deja Claraval para
irse a Cluny. En esta carta da dos contrastes muy evidentes. Su sobrino ha sido
captado por Cluny por cosas materiales Se
tonsura, se afeita y se baña. Le cambian su hábito sencillo, viejo y sórdido;
le dan otro valioso y limpio. Por
lo que describe se puede deducir que en el monasterio de Claraval los hábitos
son sórdidos como la propia pobreza y quizá la higiene fuera escasa para
fomentar aún más la incomodidad.
Respecto
de la vida monacal creo que no se debe pensar en una vida excesivamente
contemplativa, la propia máxima del ora y labora impediría ese tipo de vida. La
vida en el monasterio es una simbiosis entre la vida de trabajo y la oración.
El
ora.La justificación de la vida monacal es el oficio divino
regido por las siete horas canónicas. Una jornada que divide la vida del monje,
como la de todos los seres en la Edad Media en dos grandes jornadas, el día y
la noche. El oficio, por tanto, es diurno y nocturno Se acostaba el monje temprano, como todos los hombres en
este período, por lo que cuando se le llamaba al oficio a las dos de la
madrugada ya había descansado. Todos acuden a los maitines que vienen a ser
como una celebración del triunfo del monje sobre las tinieblas de la noche. Domine labia mea aperies y lentamente
se iba al salmo tres para dar tiempo a aquellos monjes que se retrasaban un
poco. Una vez concluido el salmo los labios y el corazón abierto
estaban preparados para llevar a cabo el oficio nocturno, con su salmodia,
versículo y cuatro lecciones. La aurora se abre en el cielo y los monjes se
desembarazan del miedo de la noche y abriendo este oficio al diurno con los
laudes, Deus in adiutorium. El sol
está en el cielo y cada tres horas se anunciará el tipo de oración que el monje
debe hacer. Hora Prima, el sol está ya en el cielo. Es el momento en el que el
monje se dirige a la sala capitular. Por lo tanto, esto se hace cada día,
porque en ella aceptarán el trabajo que el abad le dará. La hora prima recuerda
que fue a esta hora cuando los trabajadores fueron a trabajar a la viña. En la
tercia, es medio día, el monje se entrega a la oración y sabe que a esa hora el
Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles, en la hora sexta el monje
recuerda que el Señor subió a la cruz, en la nona expiró, justo cuando caía la
noche. En las Vísperas mis manos se levantan como el sacrificio de
la tarde, así dijo David levantando las manos hacia el cielo, media noche
momento en que hay que estar despierto he
aquí que llega el esposo, salid a recibirle. El gallicino anuncia el
momento en que Cristo resucitó a los muertos. El monje resucita cada amanecer
saliendo airoso de la temible noche.
Dos grandes momentos de la jornada
y tres grandes ciclos de fiestas. La de invierno, Cuaresma de Navidad, la de
Primavera, Pascua y la de verano, Pentecostés. En cada cuaresma, que son los 40
días que anteceden a las mismas, el monje recuerda que tiene que vivir con
mayor austeridad la vida que la regla le prescribe y donde el ayuno en
ocasiones puede llegar a ser excesivamente duro. Toda la jornada de la vida
monacal se hace a la luz natural y, por lo tanto, es una vida muy ceñida al
ciclo de la naturaleza. Así el oficio nocturno estará en función de la época
del año en que se viva.
Magníficamente descrita la jornada completa en el monasterio. Algo hay en la vida de clausura que me intriga y es la alegría que suelen tener en sus rostros todos los religiosos. No dudo que les cueste un gran esfuerzo cada día someterse a tanto rigor, pero la recompensa debe ser altísima para que se les vea tan felices: sin dudas, el Señor paga el ciento por uno.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar¡Qué grande es la más ínfima de las bellezas de este mundo! Me siento invadido por una ternura espiritual hacia el que creó y rige este mundo cuando contemplo la magnitud, belleza, inmutabilidad de su creación. Prefiero ponerte textos auténticos
ResponderEliminarCreo que la alegría en el ser humano se produce y se nota cuando uno está bien consigo mismo y cuando sabe que está haciendo aquello que se su espíritu le pide
ResponderEliminar