domingo, 21 de julio de 2013

Ámbito de los muertos

Los muertos van a sus sepulturas, separados de los vivos, pero de alguna manera unidos y tratados como seres con vida, a juzgar por la serie de ritos que se dan en torno a la sepultura, en las conciencias populares el muerto no llega a estar muerto del todo, porque una parte de él sigue manteniéndose durante un tiempo entre los vivos. Es el fantasma el doble, que también reina en este mundo de los muertos como en los casos analizados anteriormente. El doble asusta.
A través de estos dobles que subsisten en un espacio de tiempo no muy largo, se hace realidad el pensamiento de que los muertos quedan vinculados de alguna manera a la vida. Esta situación es la que se teme.
Los muertos en sus tumbas y el doble en su ámbito pueden provocar grandes terrores. ¿Cómo es el ámbito donde residen los muertos?
Cuando se describe el ámbito donde habitan los muertos no se hace una descripción alegre, ni positiva. Generalmente, suele presentarse como un lugar mas bien tétrico, que se identifica bajo tierra. En ese espacio falta la alegría y, según algunos textos literarios, los muertos se encuentran tristes y llevan una vida miserable, lo que no les impide la falta de movimiento. Los muertos se mueven y lo hacen con gran facilidad por su ámbito, visitando el mundo de los vivos que dejaron. Cuando salen, buscan los lugares donde vivieron, que son los espacios que reconocen. En cualquier caso, no existen unas fronteras claras que separen drásticamente los espacios. En el momento en que se da la posibilidad de que los aparecidos se instalen en la vida cotidiana resulta muy claro que los límites entre la vida y la muerte no se definen.  Al muerto se le teme mucho.
Al muerto se le considera impuro: de él pueden proceder gran cantidad de males. Por lo tanto, hay que mantenerles contentos con muchos rituales. Al igual que los elfos, causan epilepsia, locura y la esterilidad de las mujeres. Como es de imaginar, también se tomaban precauciones para protegerse de los aparecidos. Piedras como los corales, el jaspe y el diamante protegen de los fantasmas, de las visiones y del mal de ojo.
Durante un amplio periodo de la Edad Media, las autoridades eclesiásticas se encargan de manifestar que la muerte no pone fin a las relaciones entre vivos y muertos. Esta relación se mantenía a través de la idea de que una vez que las personas morían, los vivos tenían que prestar ayuda a los muertos y éstos de alguna manera intercedían por los vivos. Se marcaba una unión muy importante y unas relaciones entre los que se iban y los que se quedaban. Es cierto que esta idea de la comunicación de unos y otros era propia del mundo de las creencias paganas, pero en la cultura cristiana, a partir del siglo XI, Cluny la fija en la liturgia. El día dedicado a los muertos sería el dos de noviembre, una fiesta fijada por san Odilón. Una leyenda pone de manifiesto que se vio obligado a fijar esa fecha porque en una montaña cerca del volcán Etna se oía lamentarse a los diablos al serles arrebatadas las almas de aquéllos por los que se rezaba.
“San Odilón, abad de Cluny, habiendo descubierto que cerca del volcán de Sicilia solían oírse los gritos y aullidos de los demonios quejándose de que les fuesen arrancada de las manos las almas de los difuntos por mediación de limosnas y oraciones, ordenó que en sus monasterios, después de la fiesta de todos los santos, se conmemorase a los muertos, cosa que luego fue aprobada por toda la Iglesia”[2].
Nos movamos con la leyenda o no, debo destacar que la creencia de que en las montañas moran toda clase de seres extraños es válida también para los dobles de los muertos. Enrique de Herford, dominico alemán fallecido en  el año 1370, creía y afirmaba como morada de los fantasmas y aparecidos una montaña, que también servía como lugar de permanencia de los difuntos.
 



[1] Leonor Gómez Nieto, “Ritos funerarios en...”. Ob. Cit,  pág. 69. Pone de manifiesto cómo la supervivencia del doble inquietaba mucho a la Iglesia y que esta inquietud la mitiga a través de la predicación. El Purgatorio sería el lugar cerrado que permite recuperar a esos dobles.
[2]  Claude Lecouteux, “Fantasmas y... “. Ob. Cit, pág. 63. Dice cómo entre la época carolingia y el siglo XI, los libros de vida y los rollos de muertos, además de otra serie de obras, dan fe de una evolución que se encuentra en línea directa con las ideas de San Agustín y Gregorio Magno: la muerte no pone fin a las relaciones entre vivos y difuntos. En el siglo XII, proliferan las narraciones de los aparecidos que obedecerían a los milagros característicos de los tiempos.

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