Los muertos van a
sus sepulturas, separados de los vivos, pero de alguna manera unidos y tratados
como seres con vida, a juzgar por la serie de ritos que se dan en torno a la
sepultura, en las conciencias
populares el muerto no llega a estar muerto del todo, porque una parte de él
sigue manteniéndose durante un tiempo entre los vivos. Es el fantasma el doble,
que también reina en este mundo de los muertos como en los casos analizados
anteriormente. El doble asusta.
A través
de estos dobles que subsisten en un espacio de tiempo no muy largo, se hace
realidad el pensamiento de que los muertos quedan vinculados de alguna manera a
la vida. Esta situación es la que se teme.
Los muertos en
sus tumbas y el doble en su ámbito pueden provocar grandes terrores. ¿Cómo es
el ámbito donde residen los muertos?
Cuando se
describe el ámbito donde habitan los muertos no se hace una descripción alegre,
ni positiva. Generalmente, suele presentarse como un lugar mas bien tétrico,
que se identifica bajo tierra. En ese espacio falta la alegría y, según algunos
textos literarios, los muertos se encuentran tristes y llevan una vida
miserable, lo que no les impide la falta de movimiento. Los muertos se mueven y
lo hacen con gran facilidad por su ámbito, visitando el mundo de los vivos que
dejaron. Cuando salen, buscan los lugares donde vivieron, que son los espacios
que reconocen. En cualquier caso, no existen unas fronteras claras que separen
drásticamente los espacios. En el momento en que se da la posibilidad de que
los aparecidos se instalen en la vida cotidiana resulta muy claro que los
límites entre la vida y la muerte no se definen. Al muerto se le teme mucho.
Al muerto se le
considera impuro: de él pueden proceder gran cantidad de males. Por lo tanto,
hay que mantenerles contentos con muchos rituales. Al igual que los elfos,
causan epilepsia, locura y la esterilidad de las mujeres. Como es de imaginar, también se tomaban precauciones para
protegerse de los aparecidos. Piedras como los corales, el jaspe y el diamante
protegen de los fantasmas, de las visiones y del mal de ojo.
Durante un amplio
periodo de la Edad Media, las autoridades eclesiásticas se encargan de
manifestar que la muerte no pone fin a las relaciones entre vivos y muertos.
Esta relación se mantenía a través de la idea de que una vez que las personas
morían, los vivos tenían que prestar ayuda a los muertos y éstos de alguna
manera intercedían por los vivos. Se marcaba una unión muy importante y unas
relaciones entre los que se iban y los que se quedaban. Es cierto que esta idea
de la comunicación de unos y otros era propia del mundo de las creencias
paganas, pero en la cultura cristiana, a partir del siglo XI, Cluny la fija en
la liturgia. El día dedicado a los muertos sería el dos de noviembre, una
fiesta fijada por san Odilón. Una leyenda pone de manifiesto que se vio obligado
a fijar esa fecha porque en una montaña cerca del volcán Etna se oía lamentarse
a los diablos al serles arrebatadas las almas de aquéllos por los que se
rezaba.
“San Odilón, abad de Cluny, habiendo descubierto que
cerca del volcán de Sicilia solían oírse los gritos y aullidos de los demonios
quejándose de que les fuesen arrancada de las manos las almas de los difuntos
por mediación de limosnas y oraciones, ordenó que en sus monasterios, después
de la fiesta de todos los santos, se conmemorase a los muertos, cosa que luego
fue aprobada por toda la Iglesia”[2].
Nos movamos con
la leyenda o no, debo destacar que la creencia de que en las montañas moran
toda clase de seres extraños es válida también para los dobles de los muertos.
Enrique de Herford, dominico alemán fallecido en el año 1370, creía y afirmaba como morada de
los fantasmas y aparecidos una montaña, que también servía como lugar de
permanencia de los difuntos.
[1] Leonor Gómez Nieto, “Ritos funerarios en...”. Ob. Cit,
pág. 69. Pone de manifiesto cómo la supervivencia del doble inquietaba
mucho a la Iglesia y que esta inquietud la mitiga a través de la predicación.
El Purgatorio sería el lugar cerrado que permite recuperar a esos dobles.
[2] Claude Lecouteux, “Fantasmas y... “. Ob. Cit, pág. 63. Dice cómo entre la época carolingia y el siglo XI, los libros de vida y
los rollos de muertos, además de otra serie de obras, dan fe de una evolución
que se encuentra en línea directa con las ideas de San Agustín y Gregorio
Magno: la muerte no pone fin a las relaciones entre vivos y difuntos. En el
siglo XII, proliferan las narraciones de los aparecidos que obedecerían a los
milagros característicos de los tiempos.
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