Fredegunda ejerció un gran poder .Quiero señalar sus orígenes más bien humildes, si tenemos en cuenta que
en la corte de Neustria aparece como eslava. Se
señala en ella una característica; la capacidad para llamar la atención ¿de
todos?, No, esto no hubiera conducido a nada, pero sí en cambio sabía donde
tenía que llamar la atención: en el rey Chipelrico, en él ejerció sus dotes de seducción. Este llamar la atención le hace escalar puestos, primero será
la concubina, pero ella quería eliminar de su camino las personas que le
molestaban e indudablemente para hacerse con el poder necesitaba ser reina.
Difícilmente se podía ser reina estando el rey casado por lo tanto misión a
cumplir: que el rey repudiase a su esposa, hecho que se produjo por la influencia que ella ejercía sobre su
amante. Se repudió a la primera esposa, influenció para que se asesinara a la
segunda mujer de Chipelrico, Galwintha, que era hermana del rey Atanagildo y hermana de Brunilda reina de
Austrasia. Estas acciones además de
ponernos ante una mujer violenta, nos sitúan frente a una mujer que empleaba los medios que
hubiera empleado cualquier hombre para conseguir sus fines. Cuando se está
poseído de la ambición, da igual que hablemos de hombres y mujeres porque ambos
se comportaran de la misma manera. Con toda seguridad ella maquinó el asesinato
de los tres hijos de la primera mujer, hecho que acontecía en el 575.
¿Se
podía llegar a más? Si, Fredegunda contó con algunos mercenarios que
asesinarían a Sigiberto rey de Austrasia, su cuñado, hermano de su propio
esposo. Esta muerte dejaba en ese reino una viuda llena de odio, de rencor, Brunequilda. Puede dar la
sensación de que ya no quedaba ningún obstáculo para su carrera de ambiciones
relativos al poder ¿Qué le quedaba más por hacer? Pues evidentemente si se quiere el poder, si
realmente se quiere gobernar, había que eliminar al mayor obstáculo: el rey, su
esposo ¿Pudo ser posible que ella asesinara a su marido? Pues probablemente,
ella había conseguido lo mejor del rey: que él sembrara la semilla en su vientre, embarazada, y con su hijo Lotario, el
rey le sobraba. Ella había conseguido la
riqueza de su marido, el poder.
Su
ambición estaba colmada a medias porque ahora quedaba por hacer reconocer a su
hijo Lotario II como rey en el reino Neustria, eliminando a los herederos,
acceder al gobierno del reino de Austrasia, unificar los dos reinos divididos.
Esas aspiraciones de Fredegunda abren un período de la historia peculiar,
porque los horrores que se vivieron, los momentos de derramamiento de sangre se
debieron única y exclusivamente a dos mujeres Fredegunda y la viuda Brunequilda.
Ambas anularon a los hombres, y ambas se entregaron a una lucha a muerte.
Regente
en Neustria de su hijo, papel que ejerció durante un largo tiempo, se dice que
casi cuarenta años, le permitieron realizar una labor nada desdeñable; hizo
reconocer como rey de Neustria a su
hijo; extendió su poder a Austrasia
y con Brunequilda actuaría de una forma
muy cruel.[1]
Su capacidad de actuar se demostró
contra los burgundios, ella fue la protagonista de todos
los acontecimientos. Fredegunda moría en el año 598 en París.
Hasta
ahora he mencionado sólo la serie de violencias que llevó a cabo con un objetivo claro; que se consolidara un poder fuerte en manos de su
hijo, pero junto a esto hay que tener en
cuenta el período en el que reinó, y los acontecimientos terribles que tuvo que
vivir y que hicieron de Fredegunda una mujer de gran poder alabada en siglos
posteriores por una de las figuras femeninas más importantes del siglo XV Cristina
de Pizán, que se acerca a ella señalando los aspectos por los que habría que admirarla.
Pese a una crueldad inusitada en una mujer, después de la muerte de su
marido gobernó muy prudentemente el reino de Francia, en un momento muy
peligroso en el que amenazaba con naufragar y hundirse, porque el único heredero
era un niño de tierna edad, llamado Clotario. Una guerra salvaje había
estallado entre los barones, que enfrentados entre sí eran incapaces de ponerse
de acuerdo sobre los asuntos del reino. Sin soltar al niño de su brazos, la
reina convocó a la asamblea y les dijo “ Señores barones, aquí está vuestro
rey. No olvidéis que la lealtad siempre
ha sido cualidad de los francos. No despreciéis la extrema juventud de este
infante, porque con la ayuda de Dios
crecerá, y cuando esté en edad de reinar sabrá reconocer a sus verdaderos
amigos y premiarlos según sus méritos, siempre que no cometáis el crimen de
desheredarle. En cuanto a mí, os aseguro que sabré recompensar generosamente la
lealtad y fidelidad con muy provechosos y duraderos beneficios[2]
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