jueves, 11 de julio de 2013

Morir repentinamente

La muerte repentina. Es aquélla que acaba con una persona de una manera súbita. Crea cuando menos una angustia muy grande en las personas, puesto que no saben los motivos de esa fulminación y desconocen las causas que se han dado para acabar de esa manera con una persona. En este desconocimiento se van tramando las creencias de que, tras esa muerte, se encuentran unas fuerzas sobrenaturales que no se pueden controlar, unas fuerzas casi siempre malignas que aterrorizan y hacen de la muerte algo temeroso. Realmente, ¿qué es lo que se teme? Morir fulminado es morir sin haber tenido tiempo de confesarse e incluso sin haber podido arrepentirse. Es indudable que agentes malignos ocasionaron esta forma de abandonar el mundo o bien pecados terribles. Tal es el caso de unos conversos que conspiraron contra los monjes alentados por uno de ellos y, cuando se presentaban en el refectorio de monjes, “el autor de tamaña conspiración se cayó repentinamente al suelo y expiró”[1].



[1] Cesáreo de Heisterbach, “Diálogo de...“. Ob. Cit. Undécima Distinción,  LVII. En el mencionado ejemplo se dice que el abad del monasterio solicitó al Capítulo General permiso para sepultar en el cementerio el cuerpo del que había muerto de esa forma súbita. No sabemos si se le dio sepultura o no porque el autor de la narración concluye diciendo: “No me acuerdo si se lo concedieron o no”.

2 comentarios:

  1. Para mí no hay malignidad en ese tipo de muerte. No aprendemos porque no queremos aprender. Nos pasamos la vida ocultándole el rostro a la muerte y la tenemos en el contrato de vida. No hemos aprendido de la experiencia ni de la Palabra: "Velas, pues no sabéis ni el día ni la hora".

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  2. Tu hablas desde un siglo el XXI, pero en la Edad Media, que tenían un contacto con la muerte se regían por unos temores que tenían que ver con la salvación interna. Morir repentinamente suponía que no habías recibido los últimos sacramentos y que morías en pecado. Cuando se produjo la peste en el siglo XIV el Papa concedió a los seglares que pudieran conceder el perdón de los pecados a los que iban a morir .

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