. La muerte está presente y todos deben permanecer
atentos a las señales que va dando a las personas. Quizá esta idea revela el
miedo manifestado en el pensamiento de que no hay que olvidar nunca que la
muerte es contagiosa. Resulta fácil
entender que la muerte está unida a las personas y, por lo tanto, hay que
acostumbrarse a ella. Lecouteux señala al respecto una serie de signos
precursores que bastarían para que la muerte no sorprendiera a nadie. ¿Cuáles
son estos signos? Aparte de que el que va a morir presenta un aspecto especial,
los signos a los que se refiere son los siguientes. Pobre de aquél cuya cabeza
el día de Navidad no se proyecte en su sombra, porque ya sabe una cosa segura:
en ese año morirá sin remisión. Los cabos de las velas no deben apagarse solos
en la habitación por la misma razón. Cuidado máximo debe poner el que clava el
ataúd porque si un clavo se tuerce le queda poco de vida; si cruje la laya del
enterrador, si cae la tabla que había servido para transportar al moribundo,
todo esto indica que la muerte se encuentra muy próxima[1].
[1] C. Lecouteux,
“Fantasmas...”. Ob. cit, pág. 164 Además de señalar estos datos
nos aporta sustanciosa información acerca de las supersticiones que se producen
como consecuencia de la muerte, muy abundantes en los países germánicos, donde
especialmente se destaca la defunción como contagiosa. En virtud de esto se
deben llevar a cabo una serie de precauciones porque puede ser una amenaza para
toda forma de vida y de ahí, de ese concepto, se derivaba el hecho de que los
cortejos fúnebres nunca debían atravesar el campo, ni siquiera baldío, y “por
eso a los mal muertos los llevan a tierras infértiles”.
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