Mes de marzo de 1196,
Francia, reinando Felipe Augusto, sufrió una
terrible inundación que hizo reaccionar a todos. El rey iba en procesión,
desposeído de todos sus atributos como si fuera un pobre, la gente iba descalza
y los religiosos del convento de Saint Dennis, ¿qué hacían? Iban en procesión y
llevaban la corona de espinas, los clavos y el brazo de San Simeón. Mientras
iban bendiciendo con agua bendita decían: “En
el nombre de la Santa Pasión que el Señor retire las aguas a su lecho”.
Inundaciones
frecuentes, sequías, fieras que atacan a los hombres y caza despiadada es lo
que tenemos en este contexto analizado. Dentro, el hombre observa los fenómenos
naturales con terror, con un miedo profundo a no poder comer, a morir de hambre
sin remisión. Esto resulta una constante en las gentes medievales, un terror
que hace que las personas se sientan dominadas por las catástrofes naturales.
Por tanto, el temor se vive constantemente hacia esos fenómenos naturales ¿Por
qué se producen? Nadie lo sabe. Se buscan respuestas y sólo hay una. Se deben a
fuerzas ajenas al hombre y, tanto en las respuestas de los que nada saben como
en aquéllos que constituyen lo más selecto de la sociedad, hay un punto de
coincidencia. Para una gran mayoría, esas tempestades son causadas, como ya he
dicho, por las actividades de magos, por seres invisibles. Para los hombres de
la Iglesia, se producen como consecuencia de la ira de Dios por los pecados
cometidos. En los dos ámbitos, el ignorante y el más culto, se cree que los
fenómenos de la climatología se deben a causas sobrenaturales. Eso resulta
indicativo de los grandes temores que forman parte de la vida, que dominan a
todos y que constituyen el equipaje de una gran mayoría de la población.
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