domingo, 15 de diciembre de 2013

La difíci frontera entre lo religioso y lo mágico

Mes de marzo de 1196

Francia, reinando Felipe Augusto, sufrió una terrible inundación que hizo reaccionar a todos. El rey iba en procesión, desposeído de todos sus atributos como si fuera un pobre, la gente iba descalza y los religiosos del convento de Saint Dennis, ¿qué hacían? Iban en procesión y llevaban la corona de espinas, los clavos y el brazo de San Simeón. Mientras iban bendiciendo con agua bendita decían: “En el nombre de la Santa Pasión que el Señor retire las aguas a su lecho”.

Inundaciones frecuentes, sequías, fieras que atacan a los hombres y caza despiadada es lo que tenemos en este contexto analizado. Dentro, el hombre observa los fenómenos naturales con terror, con un miedo profundo a no poder comer, a morir de hambre sin remisión. Esto resulta una constante en las gentes medievales, un terror que hace que las personas se sientan dominadas por las catástrofes naturales. Por tanto, el temor se vive constantemente hacia esos fenómenos naturales ¿Por qué se producen? Nadie lo sabe. Se buscan respuestas y sólo hay una. Se deben a fuerzas ajenas al hombre y, tanto en las respuestas de los que nada saben como en aquéllos que constituyen lo más selecto de la sociedad, hay un punto de coincidencia. Para una gran mayoría, esas tempestades son causadas, como ya he dicho, por las actividades de magos, por seres invisibles. Para los hombres de la Iglesia, se producen como consecuencia de la ira de Dios por los pecados cometidos. En los dos ámbitos, el ignorante y el más culto, se cree que los fenómenos de la climatología se deben a causas sobrenaturales. Eso resulta indicativo de los grandes temores que forman parte de la vida, que dominan a todos y que constituyen el equipaje de una gran mayoría de la población.

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