Las esposas pueden ser santas criaturas, pero
por la noche deben soportar pacientemente todos los actos que proporcionan
placer a sus maridos, que se casan con anillos, y, de momento, deben dejar un
poquito de lado su santidad. Son cosas inevitables.[1]
El matrimonio: la
gratificación física
Pero junto a esto conviene señalar otro aspecto y, es que en
medio de una sociedad donde la relación física entre el hombre y mujer se
aceptaba malamente, el matrimonio venía a ser, yo creo más para la mujer que para el
hombre, una situación que llevaba a la legalización de la “concupiscencia,”
donde se lavaba ese pecado carnal. No conviene olvidar, de todas la maneras, que por encima
de la teoría, el hombre y la mujer son dos seres a encontrarse simplemente y,
que independientemente de los objetivos primordiales que tenía el matrimonio,
la procreación, el placer también era un aspecto a tener en cuenta. De ahí que
al ser dos seres destinados a estar juntos, cuando lo hacían, tratarían de
sacar el mayor provecho de esa relación sexual, que se legalizaba por el
matrimonio.
En este sentido, ambos encontraban su libertad dentro del mismo,
aunque quizá esta sea mayor en el hombre, debido a que él no está atemorizado
por el miedo a los embarazos.[2]
Este pensamiento no es vano, ni superficial. La procreación, indudablemente, hacía que la mujer en el matrimonio estuviera a
disposición del hombre. El matrimonio sería la vía más idónea para la
gratificación física. En la intimidad de esa unión, con frecuencia las normas
dadas por la iglesia, aunque sin dejar de influir, fueron dejadas aparte, olvidadas y por lo
tanto no cumplidas
[1]. Ibídem. Pág 182
[2] Creo
que las mejores aportaciones de estos aspectos proceden de las fuentes
literarias, que son capaces de revivir situaciones que con toda seguridad se
producían dentro del matrimonio y que no hay que desdeñar. Por una parte es
cierto que una vez casadas las mujeres dejan de estar contenidas en su cuerpo y
al menos forman parte con él de sus maridos.
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