martes, 4 de marzo de 2014

Santa Maria de la Dueñas. El obispo

Ha escuchado el obispo los testimonios de las religiosas, quizá  ha escuchado más de lo que se imaginaba. Ha escuchado con una atención concentrada, asumiendo todo lo que le  han relatado y guardando en su memoria lo que le han ido respondiendo a cada una de sus preguntas. Ahora ya sabe que esa disciplina que él tanto anhela para la Iglesia, tanto  secular como regular, no existe. En ese convento no se guarda obediencia a nada, no se respeta el espacio sagrado de la Iglesia, ni la confesión, ni el silencio. Nada.
           Con horror ha escuchado las agresiones físicas que se infligían entre ellas. En algunos momentos pudo parecerle, al escucharlas, que estaban leyendo artículos de los libros jurídicos donde se especificaban las penas que se darían por cometer ciertos delitos. Pero no hacía falta irse tan lejos, el propio fuero de Zamora lo tenía bien especificado. Pegar en la cara, hacer sangrar, arrastrar por el suelo, todo esto se castigaba. En este monasterio todo esto se producía con creces. Se abofeteaban las caras, se arañaban, se hacían sangre, se  arrastraban por las piernas y sobre estas brutalidades no había habido ningún castigo. Y cuando le parecía que nada más podía darse en ese convento al preguntar sobre los rumores que corrían en la ciudad, supo que le quedaban por oír más cosas, lo más terrible ; porque en ese convento, las monjas que tenía delante,  al menos  tres , mantenían relaciones amorosas con los lí se dijo. 

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