Ha escuchado el obispo los
testimonios de las religiosas, quizá ha
escuchado más de lo que se imaginaba. Ha escuchado con una atención
concentrada, asumiendo todo lo que le
han relatado y guardando en su memoria lo que le han ido respondiendo a
cada una de sus preguntas. Ahora ya sabe que esa disciplina que él tanto anhela
para la Iglesia, tanto secular como
regular, no existe. En ese convento no se guarda obediencia a nada, no se
respeta el espacio sagrado de la Iglesia, ni la confesión, ni el silencio.
Nada.
Con horror ha escuchado las agresiones físicas que se
infligían entre ellas. En algunos momentos pudo parecerle, al escucharlas, que
estaban leyendo artículos de los libros jurídicos donde se especificaban las
penas que se darían por cometer ciertos delitos. Pero no hacía falta irse tan
lejos, el propio fuero de Zamora lo tenía bien especificado. Pegar en la cara,
hacer sangrar, arrastrar por el suelo, todo esto se castigaba. En este
monasterio todo esto se producía con creces. Se abofeteaban las caras, se arañaban,
se hacían sangre, se arrastraban por las
piernas y sobre estas brutalidades no había habido ningún castigo. Y cuando le
parecía que nada más podía darse en ese convento al preguntar sobre los rumores
que corrían en la ciudad, supo que le quedaban por oír más cosas, lo más
terrible ; porque en ese convento, las monjas que tenía delante, al menos
tres , mantenían relaciones amorosas con los lí se dijo.
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