El problema estaba ahí. El
escándalo se conocía, y él mejor que nadie. Su actuación sería contundente y
llegaría hasta donde tuviese que llegar y destituiría a quién fuese necesario.
Pero esto, que con toda seguridad pensaría Don Suero, chocaba con una
realidad : la imposibilidad de someterlo. No pudo, sin embargo, y esto lo
sabía, evitar que el Papa se enterase de lo que estaba sucediendo en Santa
María de las Dueñas.
Ese convento atravesó el
corazón y la mente de don Suero. Se le rebeló, no lo pudo someter y cada
noticia que le llegaba era peor que la anterior. Su dureza no sirvió para nada
y, cuando el Papa le convocó a Roma para conocer la realidad de los hechos, él,
envejecido, cansado y enfermo, no acudió porque la muerte se lo llevó de este
mundo.
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